Las fiestas de mi pueblo, de mis pueblos…las fiestas.
Geográficamente he llegado a la conclusión de que mi pueblo es aquel en el cual vivo y se asienta mi familia, no tengo apegos geográficos pero si apegos a la gente. De mis pueblos tengo amigos que a día de hoy, y con muuuuchas vivencias de por medio, lo siguen siendo.
He vivido las fiestas de los que han sido mis pueblos, las he quemado esperando el amanecer desayunando churros en algún lugar antes de llegar a casa. Comparsas, clarines, encierros, carnavales… no es que fuera antes muy fiestera pero cualquier excusa era buena para estar con los amigos hasta altas horas sin tener que escuchar a la vuelta a casa el consabido ¡¡¿pero que hay abierto a estas horas?!!
Como en todo se viven diferentes las fiestas en las distintas etapas de la vida.
En la pre adolescencia comprábamos pipas o almendras garrapiñadas que parecía que no existían en otra época del año, íbamos las niñas a los coches de choque a pegarnos topetazos con los chicos que nos hacían gracia, cuanto más brutos mejor y cuanto más te embestían con su coche más contentas….. como bobas.
Luego en esa adolescencia que dura taaaannnntoooo quince, dieciséis, diecisiete……. se acabaron los feriantes, los coches y las norias, descubrimos el tontodromo que era lo más parecido a los botellones de ahora, otra vez los chicos, las primeras copas, la primera vez de llegar a casa a veinte uñas, el primer enamorarse bajo el neón, las primeras calabazas dadas y recibidas, la primera cita, mientras en casa te hacían de atracción en atracción, del gusano loco a la noria y de la noria al tren de la bruja o a la casa de los espejos y comiendo algodón de azúcar. Esta tapa duró muchos años hasta entrar en una feria más tranquila, vivida con mas sosiego, mas adulta, terrazas de noches de primavera y finales de verano, cervezas con los amigos y algún concierto pero ya más alejados del recinto ferial, esta etapa más asentada me duro casi hasta que las responsabilidades fueron otras y empecé a llevar a mis hijos a su primer tío vivo, hasta que compré para ellos el primer algodón dulce, grande, el más grande y rosado de los algodones y disfrutaba viendo como descubrían aquel sabor empalagoso que se pegaba insistente en sus caritas y en sus manos , me subí con ellos a grandes atracciones donde no podían subir solos y soporté los escobazos que la bruja nos propinaba en su tren, hasta el día que subí con ellos al primer coche de choque que ya manejaban ellos con mucha soltura…poco después empezaron a ir en grupito con amigas y amigos hijos a su vez de amigos nuestros y unas veces unos padres otras veces otros nos dábamos una vuelta por la feria para ver por donde andaban para luego irlos a recoger a una hora prudente.
Como era de esperar…llega ese día en que tu hijo que por supuesto no bebe y que por estar en fiestas le has dado permiso hasta las dos, llega fino, pero fino, fino con “una” de calimocho que no se tiene de pie y la rueda está dando la vuelta de nuevo, regañinas, castigos por no cumplir el horario y lo de siempre, miedo mucho miedo a que les pueda pasar algo hasta llegar a odiar las fiestas. Aun hoy miras el reloj, te levantas miras por la ventana y te vuelve a acostar, no han llevado el coche pero siempre hay alguien que los trae y no sabes que es peor, porque te han salido feriantes y no se conforman con las fiestas de su pueblo sino que tienen amigos en toda la periferia y viven también en las fiestas de los pueblos limítrofes que vienen una tras otra, así que estamos todo el mes de septiembre de feria hasta terminar el veintinueve de septiembre en las de aquí Las Rozas de Madrid cuyo patrón es San Miguel.
Termina la feria y ¡¡que descanso!! ¡¡VIVA SAN MIGUEL!!
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