Perdonad de antemano la extensión de mi relato pero... “son cousas dos mortos” (son cosas de muertos)
Tierras Míticas
Conocí a Fernando en Amsterdam durante la Erasmus. Compartimos piso durante ese año. Fernando había estudiado en Santiago, nos contaba historias de “meigas” y decía que “haberlas hailas” y que por allí pasaban muchas “cousas do mortos”.
Como Fernando nos había invitado a su casa en Cedeira, pasado el verano Elena y yo decidimos hacerle una visita y así acercarnos a la catedral de Santiago que tanto Elena como yo queríamos conocer. Llamamos a Pablo, otro de la Erasmus que se reuniría con nosotros en Madrid puesto que nosotros, (Elena y yo) llegaríamos desde Sevilla y desde allí iríamos en el coche de Pablo hasta Ferrol.
Así que Elena, Pablo y yo nos reunimos con Fernando en Ferrol después de un largo viaje del que llegamos algo cansados.
La casa de Fernando en Cedeira tiene unas vistas que se extienden sobre la ría y no pueden ser más espectaculares. La casa es rústica, en piedra y madera pero de nueva construcción con lo que está muy bien aislada tanto del frio como del calor. Los padres de Fer nos hicieron sentirnos como en casa.
Por la mañana con unos cuantos sándwich para el camino, una prenda de abrigo para la noche y un mapa empezó nuestra ruta de senderismo a Santiago que llevaría varios días.
Aunque nos desviábamos del camino nos dirigimos primero a San Andrés una pequeña aldea donde está la ermita del santo y donde vive la abuela de Fer (una lugareña según él, autora de las leyendas de “meigas” que él nos había contado). El camino por los senderos es impresionante. En algunos lugares no aciertas a ver las copas de los árboles, el color del paisaje junto al olor a helechos y tierra mojada, hacen del paisaje algo único.
Paramos a comernos los sandwich en un cruce de caminos, sentados al pié de una cruz a la cual Fer llamó cruceiro, dijo que estaban en todos los cruces donde se juntan tres o más caminos y que todos los cruceiros eran diferentes. Íbamos entusiasmados y nos entretuvimos bastante. Pensábamos hacer noche en casa de la abuela de Fer pero la noche, puesto que era ya otoño, nos sorprendió en el camino; nos habíamos equivocado en algún cruce y esto alargo nuestra trayectoria en varios kilómetros. A Elena le dolían los pies, sus nuevas y relucientes botas le habían hecho ya unas cuantas ampollas. Pablo no podía más y no quería reconocer ante nosotros que estaba cagándose de miedo. Encendimos las dos linternas que llevábamos porque ni la luna podía atravesar aquellas tupidas copas que se juntaban en el cielo . Llegamos al siguiente cruceiro y al coger una de las travesías, divisamos las aun lejanas luces de San Andrés de Teixido, dijo Fer que estábamos solo a unos cuatro kilómetros, ya íbamos bajando con lo cual nuestro paso se aceleraba con las ganas de llegar.
El silencio se hizo en la noche, los ruidos del bosque cesaron, aquel repentino silencio, si daba miedo, cogí la mano de Elena y aceleré el paso detrás de Fer que solo dijo ¡deprisa! Un intenso olor a cera nos invadió, miré hacia atrás y no vi a Pablo, le grité a Fer que iba ya bastante delante, Fer titubeó pero volvió sobre sus pasos, pensó que era por Elena y venía dispuesto a cargarla a hombros, llamamos a Pablo a voces pero el bosque solo nos devolvía el silencio sepulcral de la noche, ni las alimañas producían ningún ruido, el olor a cera quemada cada vez era más intenso. Volvimos unos pasos hacia atrás y lo seguimos llamando pero no obtuvimos respuesta, un murmullo a lo lejos me obligó a mirar a Fer, recordaba alguna de las historias que le había contado su abuela y de las cuales nos reímos mucho en Amsterdam. Seguimos desandando el camino hasta ver entre los arboles la titubeante luz de unas velas, Elena se aferró a mi brazo (siempre había querido sentirla tan cerca y en ese momento solo sentí profundo miedo) el sonido de una campanilla me saco de mi fugaz pensamiento. Fer nos empujó para tirarnos al suelo, venían hacia nosotros . Era como una procesión, creo que unos seis, vestidos con túnicas y capuchas. No se veían sus rostros. Portaban grandes cirios de los que chorreaban cascadas de cera. Volvía a sonar la campanilla, el murmullo parecía una letanía del Rosario, al frente de esos seis, uno que parecía dirigir la procesión, con túnica negra y no llevaba capucha…¡¡¡Fer, Fer, es Pablo!!!
-Ssssss, calla no mires.
-Es que…es Pablo…el de negro, es Pablo.
-Calla y no mires, quédate ahí boca abajo y no mires.
Era cierto, un Pablo pálido y ataviado con una túnica negra iba al frente de la procesión.
-Non se erguer a cabeza do carallo…
¿Queeeeeeeeee?
-Que no se os ocurra levantar la puta cabeza hasta que yo os diga. Ni miréis ¡joder!
Se fueron acercando a nosotros, no podía mirar pero sus pies pasaron descalzos muy cerca, casi pisándonos. Estaba paralizado en apenas unos minutos que se hicieron eternos, el olor a cera empezó a hacerse casi imperceptible, la campanilla sonaba más lejos cada vez, Elena hipaba pegada a mí, su llanto era casi imperceptible, la abracé yo tenía ganas de llorar pero ni eso podía.
Amanecía, los primeros cantos de los pájaros nos sacaron de aquel estado casi hipnótico. Teníamos frio, nuestros cuerpos habían absorbido la humedad del suelo como esponjas. Nos sacudimos las hojas mojadas que teníamos pegadas, Elena tenía la cara atravesada por la marca de una cremallera, la de mi plumífero, temblaba y la abracé, no dijo ni una palabra. Fer pasó delante de nosotros y volvió a llamar a Pablo, estábamos retrocediendo y a escasos metros teníamos el cruceiro donde lo habíamos visto por última vez. Estaba sentado, su espalda recostada sobre el tronco de un árbol, tenía mala cara y estaba cansado.
-Pablo, Pablo, que susto nos has dado ¿Qué ha pasado? ¿Los viste?, le dijo Elena corriendo hacia él. Fer estaba arrodillado a su lado
-¿por qué te separaste de nosotros carallo? le dijo Fer
-Me cansé y me senté aquí, pero me debí quedar dormido.
-Pero ¿no los viste? ¿No los escuchaste?
Pensaba decirle que iba a la cabeza de una procesión de…no se qué, a la cual Fer había denominado “La Santa Compaña” pero la mirada de Fer me sello los labios.
Cargó a Pablo a hombros, casi no podía andar y Fer es un chicarrón del norte que parece un armario.
El descenso hasta san Andrés fue rápido con las primeras luces del día. Ya teníamos cobertura en los móviles pero no mucha. Llegamos enseguida a casa de Doña Águeda la abuela de Fer y tumbamos a Pablo en el sofá, Doña Águeda nos sirvió leche caliente de la cual retiró una capa de nata de un dedo de grosor (yo no había visto eso en mi vida), sacó pan recién horneado y café de puchero. Pablo dijo que tenía mal cuerpo y no quiso tomar nada, insistimos pero solo quería descansar, no recordaba nada de lo acontecido ni recordaba haber visto nada.
Doña Águeda nos enseño la casa, era una casa vieja, con humedades pero aunque el padre de Fer había querido llevarla a vivir con ellos a Cedeira , ella decía que en San Andrés había nacido y que allí debía de morir.
Le empezamos a contar lo que habíamos visto en el bosque, nos miró y le dijo a Fer “¿son seguras?...eran as almas…”Abuela, no sé, no sé lo que era, mi padre dice que son traficantes, traficantes que traen droga desde la playa y montan ese circo para no ser descubiertos, pero Pablo no se encuentra bien y voy a llamar a sus padres a Madrid.
Esa misma tarde, un lugareño nos acercó a Cedeira donde los padres de Pablo lo recogerían al día siguiente. El estado de Pablo había empeorado, estaba pálido y desganado. Los padres de Fer decían que habría cogido frio en toda esa noche a la intemperie y con su chambergo en la mochila.
Nos despedimos de Fer y de sus padres y nos volvimos con los padres de Pablo a Madrid. Al entrar en Madrid el padre de Pablo que en un principio iba a dejarnos en la estación del Ave, dado el estado de su hijo se dirigió directamente al Hospital Puerta de Hierro.
Análisis, radiografías, ecografías, ecocardiogramas, más análisis…
Pablo moría tres días después de llegar a Madrid sin saber de qué, en la autopsia no se determinó nada “PARO CARDIO RESPIRATORIO DE CAUSA DESCONOCIDA”
A Fer lo volvimos a ver en el entierro, Elena y yo nunca volvimos a hablar del tema. Al volver a Sevilla nos enrollamos y estuvimos juntos dos años. Algo en nosotros no terminó de fraguar.
Lo que investigué después sobre lo acontecido, decía que la Santa Compaña era una procesión de muertos encabezada por un vivo que moriría en los días siguientes, que si te encontrabas con ellos y los mirabas, una fuerza superior te impediría retirar la vista de ellos, el vivo que encabezaba la procesión te extendería un cirio que no podrías rechazar, pasando tú a ocupar su puesto en la procesión. Serías el siguiente en morir
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